Importancia de comprender y cultivar el apego

El comportamiento de apego es una necesidad humana fundamental, un hilo invisible que nos conecta con aquellos que consideramos más fuertes o sabios, este comportamiento no es solo una característica del ser humano, sino una fuerza motriz que impulsa la búsqueda de proximidad y seguridad, especialmente en los primeros años de vida entre un niño y sus padres o cuidadores, a través de este vínculo, el niño encuentra refugio, comprensión y una base desde la cual explorar el mundo.

La calidad de este vínculo de apego depende en gran medida de la interacción que se desarrolla entre el cuidador y el niño. John Bowlby, un pionero en la teoría del apego, sugirió en 1980 que estas interacciones generan lo que él llamó “modelos operantes internos”. Estos modelos son esencialmente las expectativas que el niño desarrolla sobre sí mismo y sobre los demás.

Son como lentes a través de los cuales el niño interpreta las acciones de sus figuras de apego, integrando experiencias pasadas y presentes en esquemas cognitivos y emocionales que guiarán su comportamiento y sus relaciones a lo largo de la vida.

Las relaciones tempranas de apego no solo forman la base de cómo interactuamos con los demás, sino que también tienen una influencia profunda en nuestra capacidad para regular el estrés, enfocar nuestra atención y desarrollar una función mentalizadora saludable, es decir, la habilidad de comprender las emociones y pensamientos propios y ajenos.

Los patrones generales de apego:

Existen tres patrones generales de apego que se manifiestan de manera constante: el apego seguro, el apego inseguro evitativo y el apego ambivalente, cada uno de estos estilos de apego está asociado con un conjunto único de emociones y comportamientos que influyen en cómo interactuamos con el mundo y con los demás.

Apego seguro.

Los bebés con un apego seguro, según Ainsworth et al. (1978), suelen experimentar angustia ante la separación del cuidador, pero recuperan la calma rápidamente cuando éste regresa, en la interacción con sus cuidadores, estos bebés muestran emociones de calidez, confianza y seguridad, es como si supieran, en lo más profundo de su ser, que están en un entorno seguro y que su cuidador siempre estará allí para protegerlos y guiarlos.

En la adolescencia, los estudios de Kobak y Sceery (1988) revelaron que aquellos con apego seguro son percibidos por sus pares como menos ansiosos y menos hostiles en comparación con aquellos con estilos de apego inseguros, los adolescentes con apego seguro también reportan menos síntomas de estrés, lo que subraya la estabilidad emocional que este estilo de apego proporciona.

El apego seguro no solo influye en la infancia y la adolescencia, sino que también tiene efectos duraderos en la vida adulta, Mikulincer, Shaver y Pereg (2003) encontraron que los adultos con apego seguro experimentan baja ansiedad y evitación, se sienten cómodos con la cercanía y la interdependencia, y confían en la búsqueda de apoyo y en otros medios constructivos de afrontamiento al estrés.

Este estilo de apego también está asociado con una mayor expresión de emociones positivas. Según Magai, Hunziker, Mesias y Culver (2000), las personas con apego seguro tienden a mostrar expresiones faciales de alegría y tienen una predisposición a sentir vergüenza en lugar de emociones negativas intensas, incluso cuando sienten rabia, como señala Mikulincer (1998), las personas con apego seguro tienden a aceptar su enojo, lo expresan de manera controlada y buscan soluciones constructivas a las situaciones que les provocan ira.

En la vejez, Consedine y Magai (2003) encontraron que las personas con apego seguro experimentan una amplia gama de emociones, incluyendo alegría, interés, tristeza, rabia y miedo, lo que indica un repertorio emocional equilibrado y una apertura a la experiencia emocional, este estilo de apego también está asociado con una mayor intimidad en las relaciones y una red social más amplia, lo que enriquece la vida emocional en esta etapa.

Apego ansioso ambivalente.

El apego ansioso ambivalente se caracteriza por una montaña rusa emocional, según Ainsworth et al. (1978), los bebés con este estilo de apego experimentan una angustia exacerbada cuando se separan de su cuidador y encuentran difícil calmarse cuando este regresa. La interacción con el cuidador está marcada por una mezcla de ambivalencia, enojo y preocupación, lo que refleja la inseguridad y el miedo al abandono que sienten estos niños.

 

En investigaciones con niños pequeños, Kochanska (2001) descubrió que los niños con apego ambivalente experimentan una disminución significativa en el desarrollo de emociones positivas entre los 9 y 33 meses, estos niños no solo responden con miedo a estímulos que normalmente lo provocarían, sino que también muestran malestar ante estímulos que deberían generar alegría, este estilo de apego está profundamente arraigado en el miedo, siendo esta emoción la más predominante.

Mikulincer (2003) enfatiza que el estilo ansioso ambivalente se caracteriza por una alta ansiedad, una fuerte necesidad de cercanía y preocupaciones constantes sobre las relaciones, especialmente el miedo al rechazo, estos individuos son especialmente sensibles a las señales de desaprobación o alejamiento por parte de los demás, lo que exacerba su ansiedad y preocupación.

En la vejez, este estilo de apego continúa manifestándose de manera intensa, Consedine y Magai (2003) señalaron que las personas con apego ambivalente en la vejez experimentan una alta afectividad negativa, con emociones como el miedo, la ansiedad y la vergüenza predominando en su vida emocional, este estilo también se asocia con una baja tolerancia al dolor y una mayor percepción de los síntomas físicos y emocionales.

Apego ansioso evitativo.

El apego ansioso evitativo es quizás el más complejo de todos los estilos de apego, los bebés con este estilo, según Ainsworth et al. (1978), muestran una ausencia de angustia o enojo cuando se separan de su cuidador y una aparente indiferencia cuando este regresa, la interacción con el cuidador se caracteriza por la distancia y la evitación, lo que refleja un intento de autosuficiencia emocional.

Sin embargo, esta fachada de indiferencia es engañosa. Mikulincer (2003) subraya que, aunque los individuos con apego evitativo parecen distantes y autosuficientes, en realidad experimentan una alta ansiedad interna, esto es evidente en los signos fisiológicos de ansiedad que persisten mucho más tiempo en los niños evitativos que en aquellos con apego seguro, incluso si no muestran externamente su angustia (Byng-Hall, 1995).

Los estudios con niños en la etapa de ingreso a la guardería, como el de Ahnert, Gunnar, Lamb y Barthel (2004), revelaron que los niños con apego evitativo muestran mayores niveles de cortisol (una hormona relacionada con el estrés), llanto y agitación durante la fase de adaptación, lo que sugiere un alto nivel de ansiedad no expresada.

En la vida adulta, los individuos con apego evitativo tienden a minimizar sus emociones negativas. Según Kobak y Sceery (1988), aunque los sujetos con este estilo de apego no reportan altos niveles de afecto negativo ni síntomas de estrés, sus pares los perciben como ansiosos y hostiles. Esta incongruencia se debe a un sesgo hacia el no reconocimiento de las emociones negativas, lo que lleva a una desconexión emocional tanto con ellos mismos como con los demás.

En la vejez, las personas con apego evitativo experimentan menos alegría y más interés, menos vergüenza y miedo, lo que Consedine y Magai (2003) interpretan como una tendencia a la minimización del afecto. Este estilo de apego dificulta la apertura emocional y la conexión profunda con los demás, lo que puede llevar a un aislamiento emocional a lo largo de la vida.

La importancia de comprender y cultivar el apego.

Los estilos de apego que desarrollamos en la infancia tienen un impacto duradero en nuestras vidas. Influyen en cómo manejamos nuestras emociones, cómo interactuamos con los demás y cómo enfrentamos los desafíos de la vida, comprender nuestro estilo de apego y trabajar para desarrollar un apego más seguro puede ser una de las inversiones más importantes que hacemos en nuestro bienestar emocional y en la calidad de nuestras relaciones.

La buena noticia es que, aunque los estilos de apego se forman en la infancia, no están escritos en piedra, a través de la autoconciencia, la terapia y el trabajo en nuestras relaciones, podemos desarrollar un estilo de apego más seguro y saludable, lo que nos permitirá vivir una vida más plena y conectada.

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