Las creencias limitantes tienen un impacto significativo en el cerebro, moldeando su estructura y funcionamiento de maneras que a menudo no comprendemos completamente, lo que pensamos y creemos sobre nosotros mismos y nuestras capacidades no es solo un reflejo de nuestro estado mental, también puede ser un determinante clave de nuestra salud mental.
Desde la niñez, comenzamos a formar creencias sobre quiénes somos y lo que somos capaces de hacer, estas creencias son moldeadas por nuestras experiencias, las personas que nos rodean, y las circunstancias en las que nos encontramos.
Sin embargo, cuando estas creencias son limitantes, pueden convertirse en un obstáculo insidioso que restringe no solo nuestro potencial, sino también la capacidad de nuestro cerebro para adaptarse y crecer, las creencias limitantes en muchos casos llegan a impedir que nuestro cerebro se reorganice y cree nuevas conexiones neuronales eficientes en respuesta a nuestras experiencias y pensamientos (Doidge, 2007).
Cada vez que pensamos en ellas, fortalecemos las conexiones neuronales asociadas con esas creencias. Con el tiempo, estas conexiones se vuelven tan fuertes que se convierten en la “ruta predeterminada” para nuestros pensamientos. Es como si estuviéramos tallando un camino profundo en nuestro cerebro, uno que se hace más difícil de evitar con cada repetición. Este proceso está respaldado por estudios en neuropsicología que muestran cómo los pensamientos negativos y repetitivos pueden reforzar patrones de pensamiento disfuncionales (Beck, 2011).
Además, las creencias limitantes activan la amígdala, la región del cerebro responsable de la respuesta al miedo y al estrés. Cuando creemos que no podemos hacer algo, o que no somos lo suficientemente buenos, el cerebro percibe esto como una amenaza. Esta activación constante de la amígdala puede llevar a un estado de estrés crónico, que a su vez daña otras áreas del cerebro, como el hipocampo, que es esencial para la memoria y el aprendizaje (McEwen, 2007). Con el tiempo, el estrés crónico puede reducir la plasticidad cerebral, limitando nuestra capacidad para aprender cosas nuevas y adaptarnos a nuevas situaciones.
Las creencias limitantes llegan a afectar a la corteza prefrontal, que es la región del cerebro asociada con la toma de decisiones, el control de impulsos y la planificación a largo plazo, cuando creemos que no podemos alcanzar una meta, la corteza prefrontal se ve afectada negativamente, lo que resulta en una menor capacidad para planificar, tomar decisiones y mantener la motivación.
Esto no solo limita nuestras capacidades cognitivas, sino que también perpetúa un ciclo de autoderrota, en el que nuestras creencias limitantes se convierten en profecías autocumplidas
Este tipo de ciclos de pensamientos negativos no solo afectan a nuestro rendimiento mental y emocional, sino que también tiene implicaciones físicas, el estrés generado por muchas de las creencias limitantes pueden llevar a la liberación de cortisol, una hormona que en niveles altos puede dañar las células cerebrales y reducir el volumen del hipocampo, lo que afecta la memoria y la cognición (Sapolsky, 2004).
Con el tiempo, este daño puede contribuir a la aparición de trastornos mentales como la depresión y la ansiedad, creando un entorno aún más fértil para la cimentación y perpetuación de las creencias limitantes.
Lo más alarmante es que, a medida que estas creencias se refuerzan, llevan a una pérdida de esperanza y de sentido vida, esta condición conocida como indefensión aprendida, ocurre cuando una persona cree que no tiene control sobre su situación, lo que lleva a la inacción y a la desesperanza (Seligman, 1975).
La indefensión aprendida no solo afecta nuestro bienestar emocional, sino que también tiene un impacto profundo en la función cerebral, reduciendo la capacidad de la corteza prefrontal para procesar nuevas informaciones y tomar decisiones acertadas.
Como hemos visto en otras entregas de este blog, el primer paso para deshacer el daño causado por las creencias limitantes es la autoconciencia, identificar estas creencias y reconocer su impacto en nuestra vida y en nuestro cerebro es crucial.
A partir de ahí, podemos comenzar a trabajar en reemplazarlas con creencias potenciadoras que nos apoyen y nos impulsen hacia adelante, este proceso no solo mejora nuestra salud mental y emocional, sino que también fortalece nuestra capacidad cerebral, abriéndonos a nuevas posibilidades y oportunidades.
Con conciencia, intención y esfuerzo, podemos liberarnos de estas creencias y reprogramar nuestro cerebro para el éxito y la felicidad, al hacerlo, no solo transformamos nuestra vida, sino también mejoramos nuestra salud mental y emocional.