Es una condición psicológica que se instala en lo más profundo de nuestra mente, la cual disminuye notablemente nuestra capacidad de ver más allá de los obstáculos que percibimos, ocasionando la sensación de que no tenemos control sobre nuestros problemas, que nuestros esfuerzos son inútiles y que el fracaso es inevitable, sin importar lo que hagamos.
El concepto de indefensión aprendida fue introducido por el psicólogo Martin Seligman en la década de 1960, en sus experimentos iniciales, Seligman observó que los animales, después de haber sido expuestos a situaciones en las que no podían escapar del dolor, eventualmente dejaban de intentar evitarlo, incluso si se les ofrecía una salida clara (Seligman, 1975).
Este comportamiento también se ha identificado en los seres humanos, cuando las personas enfrentan repetidamente situaciones en las que sus acciones no cambian el resultado, empiezan a creer que no tienen control, aunque la realidad sea diferente.
Lo más doloroso de la indefensión aprendida es cómo se infiltra silenciosamente en nuestras vidas, comienza de manera sutil, tal vez con un fracaso o una decepción que nos hace dudar de nuestra capacidad.
Con el tiempo, estas experiencias negativas se acumulan y lo que comenzó como una duda se convierte en una creencia arraigada de que somos incapaces de cambiar nuestra situación, esta creencia no solo afecta nuestra mente, sino que también tiene un impacto devastador en nuestra alma, nos impide ver las oportunidades y tomar las riendas de nuestras vidas, nos condena a vivir en un estado de pasividad, aceptando las cosas tal como son, sin buscar un cambio.
La indefensión aprendida es peligrosa porque nos desconecta de nuestra capacidad innata para superar desafíos, cuando creemos que nuestros esfuerzos son inútiles, dejamos de intentar salir adelante y nos conformamos.
Esta mentalidad puede extenderse a todas las áreas de nuestra vida por ejemplo en el trabajo, donde no nos atrevemos a buscar un ascenso, en nuestras relaciones, donde aceptamos el maltrato o la insatisfacción, e incluso en nuestra salud, donde creemos que nuestros hábitos no pueden mejorar nuestro bienestar.
Lo más trágico es que la indefensión aprendida no solo nos afecta a nivel psicológico, las personas que experimentan indefensión aprendida muestran cambios en la corteza prefrontal y en el hipocampo, áreas cruciales para la toma de decisiones y la memoria (Maier & Seligman, 2016).
El estrés crónico asociado con la indefensión aprendida también puede llevar a un aumento en los niveles de cortisol, una hormona que, en exceso, puede dañar las células cerebrales y reducir la capacidad del cerebro para adaptarse y crecer (Sapolsky, 2004).
Pero, ¿cómo rompemos las cadenas de la indefensión aprendida? El primer paso es la conciencia, reconocer que estamos atrapados en un ciclo de pasividad y desesperanza es crucial, a partir de ahí, debemos desafiar activamente nuestras creencias limitantes. Esto requiere un cambio en nuestra percepción, un movimiento hacia una mentalidad de crecimiento donde vemos los desafíos como oportunidades para aprender y crecer, en lugar de como obstáculos insuperables (Dweck, 2006).
Si te identificas con lo que hemos visto es importante que busques apoyo, ya que la indefensión aprendida a menudo nos aísla. Buscar la ayuda de un terapeuta, un mentor, o incluso amigos que crean en nosotros, puede ser una fuente invaluable de fuerza y motivación.
La terapia cognitivo-conductual, por ejemplo, ha demostrado ser eficaz en ayudar a las personas a superar la indefensión aprendida al enseñarles a identificar y cambiar los patrones de pensamiento negativos (Beck, 2011).
Además, debemos empezar a tomar pequeñas acciones que nos devuelvan la sensación de control, no importa cuán insignificantes parezcan, estos pequeños pasos pueden tener un gran impacto en nuestra percepción de capacidad.
A medida que comenzamos a experimentar éxitos, los identificamos y nos sentimos satisfechos por ellos, por pequeños que sean, empiezan a reconfigurar nuestras creencias sobre lo que es posible, aunque este proceso es lento, es profundamente transformador.
En general romper con la indefensión aprendida es un acto de autocompasión y coraje. es una gran oportunidad para que, aunque hayamos fallado en el pasado, reconozcamos que no estamos destinados a fracasar en el futuro.
Con conciencia, apoyo y acción, podemos liberarnos de esta trampa mental y redescubrir nuestra capacidad para cambiar, crecer y triunfar, como dijo Nelson Mandela: “No soy un producto de mis circunstancias, soy un producto de mis decisiones.”